miércoles, 22 de noviembre de 2017

PREVARICACIÓN

Prevaricación
                                      Por Christian Ponce Arancibia

                     Un espanto nos envuelve
                     cuando se espera toda la noche
                     la llegada de una aurora fúnebre,
                     con su patíbulo helado,
                     construido con una sentencia y condena
                     de leguleyos y esbirros mal intencionados.

                     Ronda la crueldad
                     bajo la sombra del ángel,
                     quiere aparecer como bondad
                     y ocultar su veneno
                     en los besos de las arpías.

                     Las monedas ciegan, ensordecen
                     y callan a los hombres
                     para culpar, injustificadamente,
                     a los obreros, campesinos,
                     pueblos originarios y estudiantes
                     de lo que no se ve.

                     Saquemos el velo que nos ahoga,
                     sacudámonos de las apariencias
                     de esta sombra angelical
                     y observemos el fondo de nuestros mares.

viernes, 27 de octubre de 2017

FUERZAS

Fuerzas
                                             Por Christian Ponce Arancibia

        Un mall llamado Dione de 268.000 metros cuadrados, con cuatro edificios enormes más uno de 300 metros de altura con 62 pisos, fue inaugurado “con bombos y platillos”.
 Construido en las rocas y en las arenas de la costa, muy cerca del mar, en la conferencia de prensa, el dueño, el arquitecto y los ingenieros aseguraron que las construcciones tenían las bases sentadas, firmes y profundas en todo el terreno.  Secaron el humedal colindante con el propósito de instalar bodegas y un área de desperdicios y reciclaje.  Le quitaron espacio al mar unos metros hacia dentro, pusieron diques gruesos.  Desde los resistentes ventanales de arriba, se apreciaba una hermosa vista.  Los había también abajo para proteger a las personas y sus vehículos de las marejadas.
—¡Destructor!, ¡sin vergüenza! —interrumpió uno de los integrantes del D. U. H. C. (Defensores Unidos por el Humedal y la Costa)—. ¡La naturaleza todo lo recobra!
         A él y a su grupo, los policías los empujaron a golpes hasta afuera.
—¡Él ni nadie se opondrá al progreso! —Don Mario, el dueño, prohibió que ingresara el causante de la trifulca.
         Gaspar y Débora, que vivían juntos, cerca de ahí, recibieron la noticia por televisión; él, desde su asiento, apagó el aparato sin importarle la protesta y se sobó las manos.
         El padre de Gaspar les detuvo el ímpetu por salir:
—¿No creen que irá mucha gente?
—Entonces, iremos este fin de semana – dijo Gaspar.
—Pasará lo mismo.
         Aquel sábado en la mañana, fueron a ver la novedad que le ofrecían, incluso el matrimonio con la madre de Débora.  Hubo horas en que permitieron sin problemas, el flujo expedito de visitantes.
         Dos del D. U. H. C, Bel y Lucio, se hicieron pasar por hombres de mantenimiento e instalaron explosivos.
—¿Crees que ayude?
—Sí; es para darles un susto.  Ya no te puedes echar para atrás, en esto estamos.
         Afuera, Max, quien había comenzado la protesta frente a Don Mario, titubeó en entrar, pero le urgía hacerlo.
“Lo único bueno es que el baño es gratis”, pensó.
         Bel y Lucio entraron a un cuarto muy cercano al área central.  Bel sacó un objeto reluciente.
—Usaré mi llave maestra.
—¡Increíble que eso abra todo! ¿Cómo lo haces?
—Tenemos que apagar las alarmas y cámaras, y así hacer las cosas sin que nos descubran.  Como no podemos ir más adentro del centro, o de la principal, al menos desde aquí inhabilitaremos la energía por un par de horas.    —Giró la llave, presionó unos interruptores y la luz se apagó, luego cortó el agua—.  Cuando demos el gas, ayudará desde fuera a que se expanda el fuego del estallido.
         En el mall se detuvieron a mirar hacia arriba, extrañados del silencio tan repentino que los cubría.  Nada evitaba la calma prolongada ni despejar la ignorancia de cuándo terminaría.
         Mientras tanto, unos kilómetros al fondo del mar, se produjo un movimiento que hizo que cayeran piedras al abismo, y en una zona levantó un montículo de lava submarina.
         El viento sopló con fuerza la costa; su silbido erizó los cabellos de quienes estaban en el exterior.  El cielo se nubló de gris.
         Bel se apartó a otro sitio para ver si alguien venía.  Sacó su comunicador y habló con otro interlocutor:
—¡Aló! Habrá fuegos artificiales si me dejan dos horas para hacerlo.
—Que sea luego, porque tenemos visitas del grupo comercial importante. ¡Ya, ahora! Terminemos con todo, incluso con D. U. H. C.
—Pero todavía no entiendo: ¿Destruir el mall y el edificio corporativo para perderlo todo?
—Ya te dije: hay mucho dinero en juego y ganaremos más, incluso para caridad.  Es solo un sector pequeño que debe volar.
—Pero, ¡Don Mario...!
         En el mismo instante, su compañero lo descubrió:
—¿Por qué hablas con Don Mario?
          Bel trató de negarlo, pero como no lo convenció, lo tomó con fuerza; sin embargo, este se zafó y huyó.  Continuó solo con la instalación.
         En el intertanto, ingresaron más personas al gran centro comercial, porque arreciaba la tormenta; pese al pronóstico del mal tiempo, había provocado inquietud.
         En el último piso del edificio más alto, las miradas sorprendidas de Débora, la señora Adelaida y Gaspar se dirigieron a una tromba marina que a 80 kilómetros por hora golpeaba a botes y otras embarcaciones.  Traspasó el dique y, un minuto después, desapareció. Impelidos por el miedo, bajaron apresurados.

         Al mismo tiempo, en la salida del baño, Lucio encontró a Max y le contó acerca del cómplice de Don Mario.
—¡Y tú hiciste lo mismo!  —lo reprendió, Max—. El acuerdo nunca se refirió a eso; en otro momento sería algo fuerte.  Ninguno actuaría por su cuenta.  ¡Increíble que estuviera alguien de Don Mario con nosotros!
         Lucio calló.
         Casi no se veían los pies en los peldaños, mientras Gaspar, su señora y quienes los siguieron, iban descendiendo acompañados por un concierto de relámpagos, truenos y rayos.  Vieron, a través de los ventanales, un fenómeno inusual: cuatro vórtices se colgaron de unos cumulonimbus para formar un gran embudo de un tornado.

         La gigantesca espiral con la velocidad de cuatrocientos kilómetros por hora, arrasaba con todo a su paso.  Arrastró a dos automóviles y los estrelló contra los vidrios de los pisos superiores, resistieron; pero luego hizo que objetos metálicos los quebraran.  Otro par de vehículos empujados la fuerza del torbellino, hicieron trizas los de abajo.  Aunque una buena cantidad de ventanales quedó intacta, muchos fueron pulverizados. Al desvanecerse, dejó la angustia palpitante en los testigos.
         La electricidad volvió repentinamente.  Habían bajado varios pisos, pero la suegra de Gaspar tuvo la idea inaudita e insistente de usar uno de los ascensores.  La desesperación llenó la capacidad.  En cincuenta y dos segundos, llegaron al cuarto piso.  Durante el trayecto oyeron una explosión que provocó un incendio. No abrían las puertas. Presionaron el botón de emergencia, pero no respondió; pidieron ayudad con fuertes golpes, los cuales, finalmente, fueron escuchados por Max y Lucio.  Lograron abrirlas con un hierro largo, haciendo palanca.
—¡En lo que se convirtió este pueblo pequeño!  Instalan un mall a unos cuántos kilómetros de distancia, y vienen de aquí y de otras partes a comprar —dijo Max mientras observaba que algunos se llevaban cosas de las casas comerciales.

         Muchos querían salvar sus vidas del fuego y de otros posibles desastres, pero de improviso, la suegra de Gaspar tomó un televisor de última tecnología.
—¡Suelta eso mamá! – le pidió su hija.
—¡Está en rebaja!
—¡Qué importa! ¡Suéltalo ya!
         Hasta que la cordura venció y nadie más sacó objetos.  Pese a esto la voz de Don Mario se escuchó por todas partes.
—¡Nadie saldrá sin pagar!  —dijo, mientras las cortinas metálicas cerraban en supermercados y tiendas.
—¡Qué locura!  —gritó Gaspar.
         Al bajar una cortina, aprisionó la pierna derecha de Débora, en el mismo momento que salían de una tienda.  Gaspar, Lucio y Max pudieron sacarla con dificultad.  La pierna se fracturó y entre dos le hicieron una silla con los brazos y las manos.
         El río que alimentaba el humedal, volvió a surgir para tomar su sitio y se desbordó.
         Escaparon por una de las aberturas hechas en algunas cortinas.  Alcanzaron senderos que el agua del torrente no tocaba.  Aún había una gran cantidad de personas en el interior de la mole.  Bel y Don Mario no pudieron salir.  Una hora después, comenzaron a ascender por uno de los cerros cercanos.
         De pronto la tierra fue una sábana sacudida.  Las primeras ondas agrietaron a los edificios, y aunque el más alto bailara al ritmo del movimiento telúrico, igual no resistiría.  El pueblo próximo, era una gelatina movediza.  Había aludes de barro, piedras y árboles en algunos cerros; la familia, Max y Lucio tuvieron que eludir pequeños desprendimientos.

         El edificio más alto se inclinó y cayó encima del mall, porque un par de esquinas de su base se hundió en el terreno blando que pertenecía también al humedal.
         Toda la extensa zona se vistió de cataclismo.  Duró alrededor de cuatro minutos.  Si bien fue un sismo, sin igual, aún se especula respecto a su magnitud exacta; hasta el señor Richter no descansaría en destrabar dicho problema, y al señor Mercalli le sucedería lo mismo con la intensidad, a pesar de la experiencia de quienes lo sufrieron.
         La tormenta, junto a la lluvia, había pasado antes del terremoto.  Los escasos sobrevivientes de las cimas quedaron atónitos al contemplar la consecuencia del desastre. Al anochecer, Débora, la señora Adelaida, Gaspar, Max y Lucio consternados, vieron recogerse el mar durante largos minutos y posteriormente regresar con olas intermitentes; mayor fue el pavor al descubrir un oleaje de doce metros que golpeó a las faldas de donde estaban.
         En medio de las réplicas, hubo que esperar la ayuda.  La noche fue obscura.  ¿Qué hacer? Nada.  Quedó el silencio entre ellos.

        


         

miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA GATA DORADA

La gata dorada
                                     Por Christian Ponce Arancibia

                               La gata dorada nació de la lluvia
                               con calor generoso de rayas amarillas.

                               Desde cachorra nos mostró
                               que no era simplemente mascota;
                               nos tocó cada pecho
                               con sus patas suaves
                               y ronroneos.

                               Cuando arriba de una escalera,
                               se alcanzaba las uvas apreciadas,
                               aun calentadas por un sol invernal,
                               su garra jugaba en medio de hojas
                               en busca de destellos ocultos
                               y sembrados por rincones precisos
                               para cosecharlos en alegrías.

                               Cuando ella subió inesperadamente
                               por una escalera invisible,
                               llovió en mis ojos.

sábado, 9 de septiembre de 2017

ARENGA

Arenga
                                           Por Christian Ponce Arancibia

                                 Demasiado tiempo se ha bebido
                                 mucha cicuta en vaso corrompido,
                                 ¡ahora alcemos cada kylix que tengamos,
                                 llenémoslo con calvás!,
                                 y si es necesario crear valentía,
                                 ¡beberlo hasta henchir el pecho!

                                 ¡Levantemos robustas voces
                                 y las fuertes voluntades
                                 para desarmar el mosaico
                                 adornado de fatuidad!

                                 La ignorancia ha erigido
                                 una enorme fortaleza de estulticia,
                                 llena de entes obtusos,
                                 dispuestos a transitar
                                 por el camino trazado
                                 de mezquindad y de codicia.

                                 ¡Tomemos el martillo para demoler
                                 esa mole ruidosa que nos absorbe,
                                 y construir el aljibe y el panal
                                 para darnos agua y alimento!

                                 ¡Seguemos la torre dañina
                                 y veámosla caer en su ocaso
                                 y vivamos nuestro amanecer
                                 con el libro de lectura abierto
                                 y el lápiz empuñado en alto!


                                 Mientras muere el usurero de la Tierra
                                 y de los pueblos por nuestra bala,
                                 sigamos la estrella que nos guía
                                 a tomar el ágora de todos.

                                 ¡Ofrezcamos el pecho con el rojo
                                 que late dentro de nosotros!,
                                 ¡seamos los trescientos espartanos
                                 en las Termópilas
                                 multiplicados infinitamente!

                                 ¡Tal como Espartaco tomó el gladio
                                 para abrir los grilletes
                                 y luchar por los suyos,
                                 así rompamos los eslabones
                                 de la nueva esclavitud!



Dicho poema fue publicado en la Revista Cultural número 24 del C.M.

domingo, 20 de agosto de 2017

EL SECUESTRO


El secuestro
                                                                           Por Christian Ponce Arancibia


            El señor Manuel era un hombre que nunca tenía pendencias con otro.  Siempre tranquilo en su proceder y actitud, durante ese día estuvo lleno de ansiedad.  Le dijeron por teléfono que habían secuestrado a su gran amigo Roberto y era de suma importancia que retirara un paquete de la oficina de correos, y si no seguía sus instrucciones, las consecuencias serían fatales.
            Sin contratiempos, antes de abordar un vehículo para ir al centro de la ciudad, tuvo que hacer una ruta a pie y, por la premura, cruzar en lugares no propicios para ello, algo contrario al riguroso respeto por las señales del tránsito que decía seguir.
            Cuando llegó a mitad de una calle, decidió atravesar.  Como la parte trasera de un ómnibus estacionado le obstaculizó la visión hacia la izquierda sin previo aviso, apareció un ciclista a la inversa.  La pericia de éste para mover el manubrio y el peatón que se detuvo, evitaron un inesperado atropello.  El de la bicicleta continuó sin ofrecer disculpas. 
El señor Manuel se quedó quieto un rato para respirar hondo y dejar que el susto pasara.  Prosiguió y, en una esquina, se detuvo paró para leer una nota en un papel pegado en el poste.  Le causó sorpresa que el texto estuviese dirigido a él; decía en la escritura con letras recortadas de diarios:
“Vaya con el dinero del rescate
                                       a doscientos metros de donde se
                                       encuentra, llegará a una plaza y
                                       ahí le daremos más indicaciones”.

            En dicho lugar, un gran corro reía por los movimientos de un personaje. El señor Manuel se encontró con éste, quien le imitó cada ademán.  Al principio le pareció divertido, pero luego no tanto por impedirle el paso.  En ese mismo instante, sintió un tirón en el bolsillo derecho del saco y giró la cabeza para saber la causa: vio escabullirse a un tipo, el cual fue perseguido por el que dejó, de pronto, la actividad circense.  Después, oyó a mucha distancia que estos peleaban con palabras punzantes y recriminatorias, y consideró extraño que de repente se apartaran.

            Al palpar un lado del vestón, supuso que algo le habían introducido y, para salir de la curiosidad, metió su mano. Con ella sacó un sobre que contenía una carta hecha de la misma forma que la anterior, cuyo mensaje leyó:

                                     “Lleve los veinte millones de pesos,
                                     déjelos en el único basurero
                                     donde ya sabe o si no
                                     morirá su amigo.
                                     ¡Vaya pronto al correo!
                                     Y recuerde: ¡No llame a la policía!”

            También un dibujo mostraba cómo sería eliminado el plagiado.

—¡Se engordó la cantidad pedida! —pensó mientras observaba el recado— ¿Cómo quieren que llegue primero a sacar esa pequeña encomienda con tanta demora que me presentan?

            En una esquina detuvo un taxi, entró y le indicó al conductor donde deseaba ir. Quiso bajar una cuadra antes del lugar señalado por precaución.  Ya en el edificio de la oficina postal, se dirigió a una ventanilla donde le pidieron su identificación para saber si era el destinatario de la pequeña encomienda, cosa que fue confirmada.  La llevó consigo y a ratos veía con temor aquel objeto.


             —¿Para qué querrán que vea esto? —se preguntó.

            Buscó un rincón solitario para descubrir el contenido, lentamente sacó el envoltorio que cubría lo ignoto… era una caja de zapatos.  La remeció y oyó algo en el interior; la abrió y vio… ¡una oreja cercenada!  Sintió repugnancia; todo lo arrojó al suelo y atinó a huir, pero tuvo que devolverse, pues lo podrían delatar su nombre y apellido impresos en la caja y en la envoltura, por eso temió que le hicieran preguntas para saber qué sucedía.  No quería la muerte de Roberto.


            Después de recogida la evidencia, salió precipitadamente y se estrelló con alguien.   Cayó de bruces, se incorporó y no supo quién se hallaba delante de él, pues lo impedía un pasamontañas que cubría su cabeza.  El desconocido plantó sus piernas al suelo como dos columnas firmes e inmóviles para bloquear la salida al señor Manuel; la pelea era inevitable y se dieron golpes: uno para arrebatar la caja; el otro, para retenerla.  Lo más increíble fue que el asaltante rechazó la cantidad monetaria ofrecida.  Mientras el señor Manuel era sostenido por el cuello, aprovechó un descuido para desnudarle la cabeza, y transcurridos unos segundos de perplejidad, reconoció a Roberto.
         —¿Tú aquí? Entonces, ¡nunca estuviste raptado ni menos en peligro! ¡Si querías parte del dinero de la lotería que gané, me lo hubieras pedido para darte lo que necesitaras!

             —¡Era una broma! ¡Solamente una broma!

         —Pensé que estabas realmente mal y en graves problemas —El señor Manuel apretó los dedos de la mano y con impulso dio un fuerte puñetazo en pleno rostro de Roberto y éste cayó— ¡Qué estúpida broma! ¡Vete con tus compinches!

          —¡Me arrepentí! ¡Te juro que me arrepentí!  Evité que vinieras y pasaras un mal rato, por eso discutí y no quise seguir, pero ellos lo hacían en serio y yo quería protegerte.

           —El ciclista, el payaso y otras cosas me demoraban… ¡por ti!

           —¡Sí, así es! Yo lo arreglaré; ¡no te molestarán…!

          —¡No me importa! ¡Adiós! —El señor Manuel se fue indignado y regresó a su casa.  Sentado en un sillón, en silencio, concluyó que se trataba de una pésima broma.  Después encendió el televisor, y en el noticiario dijeron:

         —Hallaron un cadáver en una quebrada —a las afueras de la ciudad— explicaba el periodista. Se presume una data de muerte de una semana.  Aún no lo identifican, pero le falta una oreja.


viernes, 12 de mayo de 2017

DON LAUTARO PONCE DE LEÓN

HOMENAJE A  DON  LAUTARO  PONCE  DE LEÓN
 (1932 — 2015)
POETA, DEPORTISTA Y HACEDOR CULTURAL
Por Christian Ponce Arancibia

         Cuando las gentes y las letras se reunían a jugar al balompié, comenzaba el poeta a vaticinar un gran encuentro de palabras y acciones; a dirigir el concierto entre todos los humanos.

         Es mi padre el rapsoda que cantó al Hombre, de él hablaré de esa hermosa conjunción que conocieron o conocerán, expuesta en este presente texto.  Aquel que en su primera edad aprendió solo, con poco apoyo, en hogares y alguna vez en la calle, pero de algún modo construyó un camino diferente.

         Aprendí a través de él que nada de lo humano nos es ajeno, pues dentro de sí, y hacia los demás, tuvo todo lo malo y bueno que un hombre es, por eso se movía y comprendía muchos rincones de la vida y de la cultura.  De algún modo convocaba, como arquitecto, a tejer esa magnífica red con la poesía y el deporte.  Aquella red cultural hecha de tal magnitud, sus manos de artista le infirieron su creatividad y conocimientos.


Las letras

         Navegaba en su pluma como un barco que surca distintos mares; llevaba equipaje con pensamientos y sentimientos de un explorador y descubridor de maravillas en todas las geografías, tal como se lee en sus libros publicados:

·        “Preludios del sentir agónico”, 1950, poemas en revistas y periódicos sindicales”.

·        “Jardín de fantoches”, 1953, poesía sobre la farándula (teatro de la comedia) y el amor.


·        “Canción de primavera en el corazón”; poemas para tus horas serenas, 1967.

·        “Eternamente… poesía”, 1973, poesía de vivencias: Del eterno amor; Eterna dulce patria; Eterno brindar; Eterno mar; Preludios…; Del eterno sentir del Hombre.



Libros inéditos:

·        “Yo… el último bohemio”.

·        “Del amor compartido”.

·        “Hermanos cantemos por la vida”.

         Fue premiado su poema “Dijo el harapo”, en Bucarest, capital de Rumania, en el certamen “Nuevo Canto de Paz y Esperanza”.

         Realizó las artes gráficas en todo tipo de prensa.  Se formó en la Editorial Universitaria.  Linotipista, manejó el off- set y el sistema computacional.

         Las obras de nuestro poeta – gráfico estuvieron en revistas como: Impacto, Chunchito Sindical, Gol (página literaria), ¡Solidarios Adelante!, Redención, Seguros, Boletín Informativo del Círculo Jubilados de la Prensa, colaboró con la Revista Cultural C. M.; también en diarios: La Defensa (de Arica), La Tarde, La Aurora (suplemento y diario mural), La Nación (de Chile), etc.


Deportes y “¡El gol se llama Ponce!”

         Era un atleta en el juego y en la organización.   Muchos deportes le gustaban, hasta practicó el boxeo.  Entrenó en atletismo a Fernando Ponce, uno de los destacados y record en su categoría infantil de la escuela de deportes de la Universidad Técnica del Estado.  Tuvo a su cargo ramas de mujeres de baloncesto y balonvolea; en fútbol y babyfútbol: niños, adultos y viejos “crack”.  Fue fundador y presidente de La Asociación Deportiva Nocturna La Nación; participó en los campeonatos de los talleres gráficos y torneos de los periodistas. Fundó el club deportivo Villa La Palma (homónimo del Centro Cultural Católico) de la Liga Independiente de Conchalí; igualmente, en Estación Central, el c.d. Villa Ruíz Tagle que se llamó después Unión Ruíz Tagle.  Creó el 10 de noviembre de 1977 junto a Santiago Moya, Marcelo Ponce, los Barra, Rodolfo Guzmán, Claudio Guzmán, Hernán Zamorano, Jorge González, los González Astengo, Pedro Bravo, el club deportivo y cultural “Olímpico de la Amistad”, por esto dijo: “Para que jueguen mis hijos y mis amigos”.

         Supo, con su impronta de liderazgo, tomar las inquietudes de aquellas personas por ponerse una camiseta y anotar un tanto, les dijo qué, cómo y dónde hacerlo; organizó el gran campeonato anual de fin de semana de babyfútbol del mismo nombre de su club, desde sus inicios, durante los 80s y hasta 1993, aproximadamente, en la cancha (o estadio como él decía) del “Hogar de Cristo” que estuvo ubicada en Chorrillos con Ruíz Tagle.  Y se incluyó aquí el torneo para los seniors llamado Juan Ponce Quiñones, deportista iquiqueño, en el cual salieron campeones repetidas veces. Participaban clubes locales, de las comunas de Santiago y otras regiones.  María Arancibia Rodríguez, su esposa, lo acompañaba y ayudaba en todas las actividades.  Cuando arrebataron y destruyeron la cancha, terminaron con esta tradición, convivencia e identidad de barrio.

         Las series infantiles alcanzaron muchos logros y victorias con entusiasmo y compañerismo en los lugares a donde iban.

         Si ya iba con su equipo a jugar con otros a las multicanchas de “La Copec”, fue con sus niños y adultos a la cancha de la plaza de Lisperguer  todos los domingos, donde al igual que en los campos deportivos, celebraba con: “¡El gol se llama Ponce!”.

Hacedor Cultural

         Creó innumerables tertulias y charlas acerca de la poesía, en una de ellas participó Miguel Mira, este último colaboró con la Revista Cultural C. M. Formó parte de grupos literarios como “El zócalo de las brujas” con Mario Ferrero, André Zabella, entre otros.


         Fue uno de los iniciadores de la Pantomima de la Universidad de Chile por esto llegó a coronársele el “Rey” de dicho arte.


         Se desarrolló en el Teatro de Ensayo Corazón de María, en Copiapo 1135; fue director artístico.  Por ejemplo, estuvo en el elenco que hizo el boceto dramático en tres actos de Monseñor Manuel Alarcón, inspirado en un hecho sucedido en Francia, llamado “El secreto de la Confesión”, realizado el 13 de abril de 1952, interpretó al sacristán.  Compartió aquí y en festivales artísticos con Freda Espinoza, “La alondra del verso”, excelente en el arte de la declamación, Ignacio Basterrica, tenor, Las hermanas Guerrero, cantantes radiales, etc.


         En las décadas del 50, 60 y 70, dirigió obras de Antón Chéjov en diversos teatros como en el Municipal de Santiago.  Participó en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, y llevó esta misma línea a la ciudad de la Serena.  Formó parte del Teatro del Pueblo Itinerante con Roberto Parada.  Compartió con este arte escénico con Alejandro Sieveking, María Cánepa, Hector Duvauchelle, Marés González.

         Declamó sus poemas en Valparaíso, Colina y en distintos lugares.

Gestor y creador de la “Página literaria” del Boletín informativo, o pasquín, del Olímpico.

         Contribuyó y cooperó para que adultos y especialmente sus queridos niños pasaran una maravillosa navidad con lindos y dulces regalos.

         Es probable que falte más por decir, incluso para escribir un libro con más volúmenes, pero se ha comprimido, como un viaje o un trayecto, el conjunto de sus obras y quehaceres, para ver a este hombre culto.

         Sí, sabía que cultivarse era necesario para mover al ser humano en todas las expresiones, y relacionarse con las incertidumbres y certezas de cada hombre y mujer en distintas edades que tuvieran. Su experiencia de la vida permitió enarbolar, entre otras cosas, estas palabras: “Mente sana; cuerpo sano”, pues hilvanó con el ser poeta, deportista y hacedor cultural, la sapiencia para hacer una elevada cultura de todo lo que el Hombre hace, y compartir generosamente sus sentimientos, emociones y pensamientos a través de su estética, ética y educación a favor de ese gran colectivo: la humanidad.